Crítica de La ruta de las arañas, por Jorge Orozco
Bien pudo haber sido Jules Verne quien escribiera La ruta de las arañas aunque por fortuna fue la talentosa Griselda García quien lo hizo en términos de alta poesía, valiéndose de una inmejorable metáfora donante de un claro sentido a este bello y muy interesante poemario, el cual alegóricamente nos ofrece la profundidad de los conceptos que subyacen en los versos de los poemas que lo componen. También podríamos expresar lo mismo diciendo que nuestra joven poeta, cuyos sagaces y enjundiosos textos nos ubican en este muy distinto y deslumbrante siglo XXI, carente de respuestas para interrogantes que aún continúan formulándose desde la sociedad y la cultura del XX, podría haber llamado a su libro “La vuelta al mundo en 28 poemas”, claro está parafraseando al visionario escritor francés ya mencionado, quien titulara en forma parecida una de sus famosas obras allá por 1872.
“Un padre es una ficción,/ satélite espía/ cordero ciego/constelación errante/loto en el fango/tahúr pobre/fantasía en tránsito/hollín de la tristeza/desarraigo que no tiene fin”. Hubieran bastado estos pocos versos del poema “Un padre es mentira” para entender que no estábamos ante un poemario más y, mucho menos aún, complaciente en ningún sentido, aunque la destreza en el uso de la palabra poética esté claramente presente desde el principio hasta el final del mismo. Dice nuestra poeta en “Lo que queda”: “Sólo una cosa no se puede nombrar/y cuando asesta su golpe último y primero/no quedan sino astillas,/restos de un naufragio en tierra./Hay junto a su tumba un pino joven”. Con esperanza alentadora creemos, o deseamos creer, que ese “pino joven”, a la manera de un centinela existencial, bien pudo haber crecido para brindarnos el privilegio de estos poemas que lo expresan, y que continuará haciéndolo para que, entre todos, comencemos a encontrar las ya mencionadas respuestas eficientes para este nuevo siglo que, aquí y allá, aparece complejo en lo social y lo interpersonal que conforman buena parte de la conducta.
Desde otro ángulo totalmente distinto y específico del análisis, y aunque las categorizaciones no suelen ser saludables, podría afirmarse que este singular libro de poemas, por momentos desafiante por lo arduo, fue escrito, seguramente sin tal propósito, rescatando, sea en forma directa o indirecta, la esencia de lo pulsional de la teoría freudiana en cuanto a la bastante clara y genéricamente humana aparición en el discurso poético de “…un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma…”. Nuestra poeta sabe cabalmente que la frescura de la Poesía no permite “trastiendas personales” reticentes, rígidas o pacatas, que resten fluidez a la mirada y a la palabra en su noble afán de simbolizar lo contemplado. Lo expresado puede notarse en la naturalidad finisecular de la concepción de los poemas “Muerte en verano” y “La histérica”.
Bien pudo haber sido Jules Verne quien escribiera La ruta de las arañas aunque por fortuna fue la talentosa Griselda García quien lo hizo en términos de alta poesía, valiéndose de una inmejorable metáfora donante de un claro sentido a este bello y muy interesante poemario, el cual alegóricamente nos ofrece la profundidad de los conceptos que subyacen en los versos de los poemas que lo componen. También podríamos expresar lo mismo diciendo que nuestra joven poeta, cuyos sagaces y enjundiosos textos nos ubican en este muy distinto y deslumbrante siglo XXI, carente de respuestas para interrogantes que aún continúan formulándose desde la sociedad y la cultura del XX, podría haber llamado a su libro “La vuelta al mundo en 28 poemas”, claro está parafraseando al visionario escritor francés ya mencionado, quien titulara en forma parecida una de sus famosas obras allá por 1872.
“Un padre es una ficción,/ satélite espía/ cordero ciego/constelación errante/loto en el fango/tahúr pobre/fantasía en tránsito/hollín de la tristeza/desarraigo que no tiene fin”. Hubieran bastado estos pocos versos del poema “Un padre es mentira” para entender que no estábamos ante un poemario más y, mucho menos aún, complaciente en ningún sentido, aunque la destreza en el uso de la palabra poética esté claramente presente desde el principio hasta el final del mismo. Dice nuestra poeta en “Lo que queda”: “Sólo una cosa no se puede nombrar/y cuando asesta su golpe último y primero/no quedan sino astillas,/restos de un naufragio en tierra./Hay junto a su tumba un pino joven”. Con esperanza alentadora creemos, o deseamos creer, que ese “pino joven”, a la manera de un centinela existencial, bien pudo haber crecido para brindarnos el privilegio de estos poemas que lo expresan, y que continuará haciéndolo para que, entre todos, comencemos a encontrar las ya mencionadas respuestas eficientes para este nuevo siglo que, aquí y allá, aparece complejo en lo social y lo interpersonal que conforman buena parte de la conducta.
Desde otro ángulo totalmente distinto y específico del análisis, y aunque las categorizaciones no suelen ser saludables, podría afirmarse que este singular libro de poemas, por momentos desafiante por lo arduo, fue escrito, seguramente sin tal propósito, rescatando, sea en forma directa o indirecta, la esencia de lo pulsional de la teoría freudiana en cuanto a la bastante clara y genéricamente humana aparición en el discurso poético de “…un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma…”. Nuestra poeta sabe cabalmente que la frescura de la Poesía no permite “trastiendas personales” reticentes, rígidas o pacatas, que resten fluidez a la mirada y a la palabra en su noble afán de simbolizar lo contemplado. Lo expresado puede notarse en la naturalidad finisecular de la concepción de los poemas “Muerte en verano” y “La histérica”.
Es sabido que las arañas, como algunas mujeres, suelen hacer uso de la seda aunque estas últimas no la produzcan en forma directa. Frecuentemente el macho tiene que evitar que la hembra lo considere un alimento más. Pensamos que es probable que la mala fama de las arañas tal vez obedezca, ya que su peligrosidad está muy por debajo del imaginario popular, a su habitual costumbre de aguardar al acecho en lugares sombríos y oscuros. El menor tamaño de los machos es pronunciado. Las hembras tienden a permanecer en un único lugar. En síntesis: el sueño de un verdadero matriarcado, aunque siempre nivelado, como el patriarcado, por la insoslayable necesidad de propagar la especie. Aguda y sutilmente dice nuestra perspicaz autora en el poema “Sobreviviente”: “Amanezco con el pecho desnudo/junto a un soldado raso que fuma al sol./Un bere bere me ofrece su pipa de kif,/los otros tripulantes/han sido enterrados de pie/junto a un muro./¿Escuché, acaso,/el ulular de barcos en la tormenta,/el gemir de los ahogados, el grito de los niños en el jardín?/Nada salvo el rumor del mar./Bajo el mosquitero de una cama en Tánger/sigo con la vista la ruta de las arañas./Me cura el sueño./Con párpados pesados/me adormezco al sol,/inmóvil quién sabe hasta cuándo.”
La ruta de las arañas de Griselda García es una epifanía, una visión profunda y diferente del mundo que la rodea en este siglo XXI y, en consecuencia, de los grandes temas implícitos que siempre jaquearon la mente del Hombre, torneándola mediante intensas represiones que, más tarde, lo llevarían a descubrir otras realidades y, además, a confrontarlo duramente con ellas.
Digamos, por último, que quien haga una lectura lineal de La ruta de las arañas, seguramente se encontrará con un excelente poemario, pero aquel que sucumba ante la tentación de medir lo sumergido del “iceberg”, sin ninguna duda tendrá la sensación de hallarse en la búsqueda de sí mismo.
Jorge Orozco
Buenos Aires, diciembre de 2005
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