Jorge Santiago Perednik | Balada de la oveja fuera del rebaño


Jorge Santiago Perednik | Balada de la oveja fuera del rebaño


El final del affair siempre es su muerte
y el principio                  es
decir "sucedió" antes de haber aprendido cuál es el papel
cómo ejecutarlo, ensayo, estreno y despedida
sin quitarse siquiera el sombrero.
¡Hola, irreparable!
Esta es la escuela, ése su ceder.
El ojo descubre que no puede observar lo que mira,
el oído quiere escuchar el aliento de otro
y escucha el del que está. Horror es una palabra
con demasiado pocas letras que significa broma.
A los que están cerca mío ¡salud! Se los desea el
entrehombre.
A los que están tan tan lejos, buen provecho.
(Y ella está al lado. Proceder.)

Dedo a dedo, ahora
la copa de la campana es un tajo
y la mano un proyectil.
Algo repica
tirando de la soga
y el proyectil rasca.
Los dedos quedan húmedos.
Inclinado en el sillón donde tantos y tantos la montaron
el cuerpo pide un desplazamiento hacia la excepción
tomarla prestada por detrás
               sobre la manta de flores.
Se respira la música del horror,
su cederá. Se oye una respuesta inquisitiva.
¿Quién suena? ¿Quién sueña a quién? ¿Cuántos?

Comparar a un hombre valiente con un león.
Comparar a una mujer de manto encendido con la aurora.

Desabotonar la blusa, desabotonar la bragueta
permitir que dos paisajes inconexos se entremezclen.
Siempre uno es el cuerpo del horror, el otro
el cuerpo de la broma. Siempre repica la campana
y no se sabe cuál es cuál, quién es qué.

El lenguaje humano tiene 100.000 años
la literatura 10.000
el poema de amor es todavía nonato.

El mapa de las relaciones incluye
a todos los continentes
a ninguno de los contenidos.
Quienes estamos adentro tuyo
sin hermanarnos
estamos afuera del mapa
cuyas formas indican movimientos
sucesiones discontinuas
accidentes
tu cuerpo y mi cuerpo
lo tuyo y lo mío indistinguibles.
Que detrás de la playa está ésta
y detrás de la montaña la otra
cuál, cuál
suena la campana:
la playa y la montaña se hacen una
y el monstruo de la superposición
desintegra los engranajes.

La máquina amorosa, morosa, nunca funcionó
tiene la incertidumbre de una letra menos
pero en un esfuerzo final, estruendoso
los cuerpos habitados saludan el alba
con sus particulares modos:
consultando los libros
el uno pasa a estar adjetivado
cerrando los libros
aun los adjetivos más bellos son insultos:
el otro empieza a ser una persona
y bala el amor al desamor.


Jorge Santiago Perednik (Buenos Aires, 1952), El gran derrapador. La Bohemia. Buenos Aires. 2002.

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