Rocío Silva Santisteban | Tiempos de carencia



Rocío Silva Santisteban


Tiempos de carencia


Domingo. Despierto con el ruido del mar

golpeando la pared del acantilado
tengo el libro de Eliot sobre las piernas
al frente, en la cuna, la niña infla los cachetes y parece
que va a pronunciar la magnífica palabra.

Pero sólo gime y solloza. La llamo por su nombre

ella restriega sus ojos con las manos regordetas
y desde mis piernas la extraña sonrisa de Mr. Thomas Stearn
es una censura, una amenaza


la niña lanza un grito
aprieta los dientes, las encías enrojecen
y yo apaciblemente sentada sobre una manta
me convierto en la voyeur de ese placer.


Puja, hija mía, puja
esperemos con los dedos entrelazados
la sentencia.

Mr. Thomas Stearn partido en dos por la solapa del libro

me mira fijamente
el iris claro típico de los perversos
y la sonrisa de los bancarios, agestada.


Dime algo, por qué no me dices nada. Habla

y sigue pujando hasta que puedas contar

tus excrementos o tus muertos
no se sabe cuántos son ya, mantienen
un sabor misterioso que sólo se siente
en el fondo del paladar.

Las plazas se llenan de visiones y de sombras, ojeras

tras ojeras en las colas por un kilo de azúcar
una miga de pan.

Todos estamos aquí con nuestras manos lacradas.


Extiende una vez más esas manos. Implora. Reza.


Yo abro las piernas y dejo

que él fornique sobre mí como un cerdo
como un cerdo rosado
-frota tu sucio placer, ¡frótamelo!-
por un kilo de azúcar
una lata de leche.


Puja, hija mía, puja
es lo único que me interesa, eso
y rayar esta hoja en blanco
el olor de amoníaco en la batea
y la mitad de un pollo muerto.




Rocío Silva Santisteban (Lima, Perú, 1963), Las hijas del terror. Copé. Perú. 2007.

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