Foto: Leonardo Vincenti
Sonia Scarabelli
Tranquilidad de hablar
Hablo con la tranquilidad
de los que no tienen que ser oídos,
de esos a los que nadie tiene que escuchar.
Ahora mismo soy como el pajarito
al que no le acierta ninguna piedra,
el pez al que no lo pescan, feliz en el agua.
Las palabras me arropan este rato
que lo paso hablando con vos
y no siento nada de frío
y no me asusta ni un poquito la oscuridad.
Mirá cómo ya todo lo que decimos
se hace de la sombra,
y nadie nos escucha ni a vos ni a mí,
y hablamos muy tranquilos
como si conociéramos la lengua de los pájaros.
Mirá cómo lo que decimos la perfuma a la noche,
igual que si las palabras se abrieran como flores,
como si nuestro idioma fuera una flor rarísima,
de esas que se abren
aunque no haya luz.
El monólogo
A veces es el padre solo el que habla,
la lengua se le desata como si hubiera
tenido una piedra clavada en la garganta.
Todo lo que un hombre no puede decir,
las cosas que tienen que quedarse calladas
las va cumpliendo por transformación:
ahora es ese cielo medio encapotado que veo,
pero en un rato se vuelve las torcacitas de la antena,
el bichofeo de las azoteas, el fresno de la puerta,
la enredadera de la pared.
Le salen flores y crece como una planta en mi maceta,
así yo escucho su monólogo interior,
y me convierto en eso que él ahora
dice sin vergüenza.
Sonia Scarabelli (Rosario, 1968), El arte de silbar. Bajo la luna. Buenos Aires. 2014.
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