Rocío Silva Santisteban | Danzar sin equilibrio
A Daniel
Esta ciudad está hecha a la medida del amor.
Tú estabas hecho a la medida de mi propio cuerpo.
Marguerite Duras
Las murallas altas de esta cárcel que enrosca nuestros cuerpos. Las paredes encaladas, engomadas, todo nuestro furor sobre estas paredes ardiendo.
Esperaba esto. Esperaba tu mano blandiendo en la oscuridad los cuatro deseos. Los cuatro temores. Esperaba la caricia precisa, al final. Las pestañas en el ángulo adecuado, el calor del vaho, el sabor de tu lengua amarilla, violácea. Mi nombre como una humedad que te persigue. Mi nombre siempre te perseguirá, cada amanecer, cada espera frente a una pared blanca, quizás.
Las huellas del amor sobre el piso, sobre el piso de astillas, los zapatos, la falda, la pequeña libreta de notas, en azul, todo esto en azul y tonos borrosos y sutiles de rosa Azul, blanco, rosa; siento que después de aquello tus colores permanecerán sobre mis uñas, sobre las marcas intolerables que dejaste en mi cuerpo.
Afuera todo puede parecer oscuro, las sombras no son ya más sombras sino piezas de luz engañadas por nuestro deseo. Nuestro deseo.
A las seis de la tarde el baño termina de aniquilarme. He tratado de limpiarme, amor. He tratado de huir a través de innumerables sueños repetidos. Pero el agua me hace recordarte: tu piel de miel, tu piel de algodón de pacae, tu piel de libros tras libros tras libros y una búsqueda desesperada de ardor y deseo.
Y he recordado. La línea vertical de tu dedo sobre mi espalda. El olor de la cerveza, la visión de la espuma subiendo eternamente. He recordado. Tu voz cabalgando cansada, sin tropezar jamás. Tu voz. Estoy inventando. Todo esto es cierto, pero yo lo invento. Los ruidos elementales, el perro que nos persigue, las yeguas, tanto animales apareándose a nuestro alrededor. Tanto ruido triste dándonos vuelta.
Aléjate, me dicen. Déjalo. Yo regreso, siempre, busco la huella de tu cuerpo sobre estas paredes y ya no son las paredes que alguna vez amamos.
Te encuentro. Dentro de cada estaca.
Niños juegan a mi alrededor, niños sucios. Dentro de ellos veo tus ojos de hierbas, tus ojos eucaliptos, tus mis ojos, negros, clavados en mi dolor como una gran y extensa pradera. Es cierto, no te conozco. Esa suavidad al morder mi cuerpo después del amor, la recuerdo apenas. Pero hoy, tú en otro espacio, no sé. He presentido el miedo de tus manos. Tú en la oscuridad buscando una razón para tu miedo. Pero todo es mentira. No hay razones, no hay excusas. Ven, ven.
Danzar. Mover el cuerpo, las caderas, la falda vuela. Danzar, tu forma misma danzando, el deseo en mí. Arrojar al demonio a través de los olores, del sudor. Enrosca tu lengua, mi memoria te fija así. No recuerdo tu boca, amor. Sólo el calor, ¿para qué más? Sólo la respuesta que no sé, la llama, la hoja, el fuego, anaranjado, amarillo, el fuego rojo. El alcohol subiendo y bajando. Tus brazos no los recuerdo, amor. Sólo la humedad, no, los restos de esta tuya mi humedad.
El viento. El viento golpea los cristales, tengo miedo. El silencio después, la calma.
La lujuria viene. Soy obscena, amor. Necesito ser voluptuosa y sentirme. Necesito palpar con cuidado mi lujuria y morder tu sexo hasta saciarme. Amor, quiero jugar contigo, embarrarme de tu cuerpo hasta la vergüenza, hasta que el día de la vergüenza llegue y nos aplaque. Como un relente, veo tu cuerpo sobre el mío, de espaldas. Tu boca respirando, tus uñas desesperadas, clavadas, hinchadas. Esta llaga quemada siempre en espera. Jalar, jalar y jalar las sábanas. Tus manos tantean. La flor que pasas con cuidado por mi sexo me eriza, tu deseo me eriza aún hoy cuando estás más lejano que tu ausencia.
El pasto quemado allí donde nos amamos. Cerré los ojos para grabar al río en mi memoria. Una tarde apagada fue, cerré los ojos largo rato. Imaginé no estar allí. Intenté cerrar los ojos y no pude precisar tu figura. Estoy inventando, amor, ¿qué sé yo de tus pisadas?, ¿qué sé de la forma redonda de tus nalgas?, ¿qué sé yo?, ¿tu nariz la puedo dibujar?, ¿tu armonía? Sólo puedo inventar entonces invento.
Bebíamos vino después del amor. No recuerdo el sabor de ese vino, ni el sonido en tu garganta apurándolo. Con tus largos dedos mojabas mi cuerpo de vino blanco, lamías mi cuerpo de vino blanco, bebías mi cuerpo blanco. Amabas mi manera de voltear la esquina, mi manera de pegar estampillas, amabas esta mirada herida, mi forma de poner los ojos dulces.
Estoy aturdida. Veo mi cuerpo y brilla. La estela de calor me agobiaba y ahora brilla. Temo perder mis ordinarias formas de vergüenza. No te buscaré. No dejaré más notas bajo la alfombra. Je connais ta follic, je connais ta pudeur. Sé lo que pides de mí. Todo esto es eterno, mi amor, desde que está aquí es eterno. Tu cuerpo nunca morirá.
Quítame este deseo que me está marcando, que me hará perder el equilibrio.
Rocío Silva Santisteban (Lima, 1963).
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