La madre del universo reúne doce cuentos breves de una autora que hasta el momento había publicado cinco libros de poemas. Si bien el cambio de género impone diferencias entre éste y los libros anteriores, hay continuidades que podrían establecerse a nivel temático, estilístico y, de modo más general y significativo, del sostenimiento de cierta perspectiva sobre el mundo que es singular y reveladora. Sin que resulte fácil de precisarla ni reductible a una fórmula, se podría decir que la perspectiva que ofrece Griselda García se mantiene levemente corrida con respecto a matrices de comprensión y esquemas de valores socialmente compartidos.
El tema de amor, las relaciones de pareja y la sexualidad, dominantes en el libro, se presentan en modalidades que normalmente son silenciadas o quedan aisladas bajo la etiqueta de la perversión, lo inmoral y hasta lo delictivo. En el cuento “Blanco”, por ejemplo, la convivencia de una pareja de hermanos llena el vacío discursivo que normalmente impone el tabú del incesto. En “Gracias, Reina”, el vínculo de la pareja se sostiene en el goce que uno de sus miembros encuentra en el sometimiento y el otro en someter.
En “Sin esperar nada”, la relación entre una prostituta y un viejo cliente, vínculo que debería ser impersonal y pragmático, termina funcionando como una posibilidad de contención y consuelo. En la serie de historias, la relación sexual de una pareja “normal” (“Una dura carrera”) o la pelea y reconciliación de un matrimonio que lleva veinte años de duración (“Hablan los damnificados”) no encarnan un patrón de conducta sino que son tan irreductiblemente únicas como cualquiera de las anteriores.
Entre la sordidez extrema y la ternura insuperable, entre la violencia desbocada y el erotismo más sutil, estos cuentos presentan una serie de personajes desprovistos del maquillaje anodino que suele aportar eso que se llama el “buen gusto”. Por el contrario, Griselda García se detiene a mirar las marcas reales en los cuerpos atravesados por la ferocidad de la vida.
Pablo Dema
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