Crítica de El ojo del que mira, por Claudio LoMenzo




Vigía de sí misma
Griselda García, El ojo del que mira, Ediciones La Carta de Oliver, 2009.


Algunos poetas son mucho más interesantes por lo que sugieren que por lo que dicen. No es así como García construye su poética. En esta poética lo que la palabra del poeta dice, dice. Y es así, diciendo, por contraste o contraluz, como va edificando lo poético. 

Pero García sabe muy bien que la palabra aún diciendo lo que dice, siempre dice una parte. La otra parte la completa el oficio del poeta para componer la escena y, claro, el lector. 

Entonces la palabra, apenas siendo lo que es y lo que no, comienza a ser funcional a lo que inmediatamente promueve el poeta y certera a lo que en breve comenzará a percibir el lector. 

En sus libros anteriores se había preocupado por ir develándonos algunos de sus propósitos. Lo hizo en El arte de caer, donde intentó hacer de sus caídas un arte; en La ruta de las arañas, un camino luminoso entre tempestades; y también lo hace ahora en El ojo del que mira, develándonos otro de sus anagramas: el ojo del que mira es su propio ojo. 

Pero ¿cómo es el ojo del que mira? García mira con un ojo puesto en el deseo y el otro en la imaginación. Y ambos construyen el sustrato de cada poema que es la mismísima realidad latiendo, es decir: su propia realidad. Es entonces desde ese mundo propio donde presiona al lector a tomar partido, a comprometerse con lo que siente/ve/dice. A que se haga cargo de ese límite que nos impone el dolor, de la belleza si la hubiera y de la propia vida si estás a punto de dejarla a un costado. 

Griselda te limpia la escena pero te va a querer sentado un largo rato frente a esa silla rodeada de espejos, avanzando en una montaña rusa que por destino lo tiene al presente, siempre al presente. 

A mitad de camino el tema parece descompensarse un poco. Ella parece darse cuenta que la propuesta es ambiciosa pero no le va a preocupar cambiar. Y el giro lo vas a percibir porque ella va a volver a confiar en su voz: “Doy mi cuerpo y comen / doy mi sangre y beben”. 

A vos lector te digo que ni bien abras las páginas de El ojo del que mira, ella va sentarte en sus rodillas y no vas a poder pedirle que se detenga hasta que hayas tocado fondo. No va a soltarte del cuello ni aún pidiéndole por favor: “Vos, lobito mío / sos una de las crías / que no alcancé a devorar”. 

Y cuidado con moverte: “un mal movimiento / arruina años de práctica”. 

Celebro este nuevo libro de Griselda García. Sigue buscando, sigue explorando. No le incomodó ni le incomoda poner las manos en las vísceras. 

Sólo aconsejo entregarse a la lectura y disfrutar de una de las poetas jóvenes más cautivantes que produjo la poesía argentina. Que a pura propuesta, trabajo y talento, supo convivir y hacerse un merecido lugar entre la dinastía que constantemente quiere apoderarse de cómo escribir poesía.


ClaudiO LoMenzO



Revista La Guacha, Año 12, n° 32, Buenos Aires.

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