Sharon Olds | Hijos grandes
Uno desde una dirección, otro
desde otra, un día vuelven, juntos,
y de pronto mi cuerpo cabe
en el aire que ocupa, y mi cerebro
entra en mi cráneo otra vez, y mi mente
en mi cerebro, y sobre los relieves anticlinales de mi
mente juega la luz. La semana anterior en la playa había visto
un ser que al principio no pude nombrar,
una criatura baja, erguida, con una cabeza
redonda y el cuerpo echado hacia atrás y unas
extremidades cortas que destellaban a los lados y debajo
como las puntas de una estrella, tanto que parecía brillar,
titilar en la arena - era un pequeño
primate, y detrás de él venía otro,
más pequeño y más primitivo,
un guiño deslumbrante, centelleante,
era un bebé. Y ahora nuestra hija
duerme en el sillón, no siete kilos
seiscientos, sino más o menos de mi tamaño,
su cara maravillosa compleja delicada,
tranquila. Y nuestro hijo, anoche, miraba de cerca
a su enamorada mientras susurraban por un instante, qué tierna,
atenta mirada tenía. Los criamos
diariamente, quiero decir cada hora - cada minuto
éramos de ellos, ninguna hora pasaba en la que no estuviéramos
criándolos - llevándolos, soportándolos, alzándolos
en brazos, por placer, y para que pudieran ver,
más allá, lejos de nosotros.
Sharon Olds (San Francisco, 1942), La materia de este mundo. Traducción: Inés Garland e Ignacio Di Tullio. Gog & Magog. Buenos Aires. 2016.
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