¿QUÉ ES LA POESÍA? #20 – GRISELDA GARCÍA:
“LA POESÍA Y EL MERCADO MUCHAS VECES ESTÁN REÑIDOS”
“Creo que la poesía es una forma de ver el mundo y de sentirlo, de
relacionarse con ese mundo que nos rodea. También podría decir que es un juego,
un momento en el que el tiempo se detiene”, sostiene Griselda García y agrega
que hay “varios prejuicios en torno a este género”. Sobre la
sobreproducción literaria, la editora de Ediciones Del Dock expresa: “los
libros no son una sumatoria de textos que se juntaron entre el último editado y
uno nuevo”. Leé la entrevista completa de la última entrega
de ¿Qué es la poesía?, a continuación.
Sobre la autora
Griselda García nació en Buenos Aires en 1979. Es autora de varios libros de poesía, entre ellos Mi pequeño acto privado (Barnacle libros, 2015), y el recién publicado Ahora (Ediciones del Dock, 2016), y del libro de relatos La madre del universo (Editorial Echarper, 2012). Dicta talleres de escritura y administra su blog http://griseldagarcia.blogspot.com. Es directora de la colección La verdad se mueve de Ediciones del Dock.
-Para vos, ¿qué es la poesía?
-Creo que es una forma de ver el mundo y de sentirlo, de relacionarse con ese mundo que nos rodea. También podría decir que es un juego, un momento en el que el tiempo se detiene. Además, en mi caso, leer o escribir poesía me hizo mucha compañía en un tiempo, era algo que me entretenía.
-Recién decías que era un juego y me hace acordar un poco a lo que afirmaba Cortázar acerca de la literatura en general, que la calificaba como un juego, pero siempre teniendo en cuenta la seriedad que puede tener un juego, no como algo liviano.
-Cuando vos observás a los chicos en sus juegos, están totalmente ensimismados, realmente son el juego, no hay un desdoblamiento. El “¿Dale que somos astronautas?”, por decir algo, es muy refrescante y muy posibilitador. Es como vos decís, no es liviano, porque también te dije la palabra “entretenimiento”, que puede sonar poco serio, pero en realidad es algo que te cautiva y que te toma hasta el punto de no pensar ni sentir otra cosa, es presente puro.
-¿Y cómo fue tu primer acercamiento a la poesía?
-Tuve una profesora en el secundario que le metía mucha pasión a la enseñanza de la poesía. Si bien nos daba textos un poco quedados en el tiempo, algo de su pasión me contagió. A partir de los 20, empecé a ir a cafés literarios y no podía creer que existiesen realmente lugares así, porque solamente los había visto en películas. Con los micrófonos abiertos me empecé a animar a leer lo que escribía y como eso tuvo buena repercusión, me envalentonó para seguir. Además, intercambiábamos opiniones sobre autores, poemas en fotocopias. Había un tráfico literario que me entusiasmaba y me servía de gran estímulo.
-¿Qué autores tuviste como primeros referentes y qué lees ahora?
-Mis primeros referentes son autores que creo que pegan mucho a una determinada edad, como Oliverio Girondo o Alejandra Pizarnik, pero también Rimbaud, Baudelaire, autores de ese estilo. Un poco después aparecieron Sylvia Plath y Anne Sexton, autoras que traduje porque me interesaba mucho su costado confesional y buscar qué decían esas mujeres, siempre un poco silenciadas. Daba la impresión de que había más hombres que mujeres escribiendo y en ese momento yo tenía la necesidad de bucear en la literatura hecha por mujeres. Más adelante, empecé a introducirme en autores como Pound, Eliot, Pessoa y también me acerqué a muchos autores argentinos. Te puedo nombrar a Jorge Aulicino, Irene Gruss, Estela Figueroa, María Teresa Andruetto.
-Hiciste referencia a que suele parecer que hay más escritores hombres que mujeres. En tu rol de autora, ¿cómo te planteás con respecto a eso? Teniendo en cuenta que la literatura de mujeres se la asocia solo para lectoras femeninas.
-Me gusta jugar un poco con eso. Por ejemplo, en Ahora (Ediciones Del Dock, 2016) hay voces masculinas o poemas donde no queda claro si el yo lírico es un hombre o una mujer. Eso me interesa como ejercicio, por lo menos, y para jugar y tensionar también, porque siempre que se dice yo parece que quedara pegado a un yo autobiográfico. En esos matices me interesa indagar. Con respecto a la escena literaria y la predominancia masculina, no me puse a pensar por qué. Sí me parecía que en los 90’s, lo que escribían algunas mujeres tenía un nivel de distracción muy grande.
-¿Distracción en qué sentido?
-Distracción respecto de la situación política y social del país en ese momento. Yo no me hallaba entre mujeres que escribían sobre sus pequeños bebés. Había mucho de purpurina, brillantina, bobadas. Eso no representaba a las mujeres que a mí me interesaban, y me siguen interesando. Lo femenino lo asocio a la fuerza, hasta cierto salvajismo y animalidad si querés, sensibilidad, sensorialidad. Todas cualidades que no veía en esa época. En respuesta a eso también comencé a escribir, para encontrar aquello que necesitaba leer.
-Pasando al plano de la escritura, ¿a la hora de escribir, tenés algún mecanismo o rutina?
-No, ninguna. Cuando viene el deseo, aparto otras cosas y me dedico a escribir. Pero creo que en la vida todo es en simultáneo. Escribir no es volcar al papel únicamente, sino que podés estar haciéndolo junto a otras cosas y cuando tenés tiempo, lo transcribís. Sí sigo una disciplina de lectura todos los días, pero la escritura responde al deseo.
-Y las nuevas tecnologías, ya sean los dispositivos o Internet, ¿cambió el proceso de producción de la escritura? Más allá de la difusión, que se vio facilitada.
-Creo que el principal cambio es la capacidad de prestar atención a lo que uno está haciendo. La multitarea que permiten estos dispositivos es obstaculizadora y hace que se pierda capacidad de concentración. Después, hay algo de la materialidad y del objeto papel y lapicera que al menos yo no puedo dejar, porque estuvieron presentes en mis años de formación. Hay algo que se procesa y vivencia en la manuscritura que no está cuando uso una computadora o una tablet. Soy de la época en la que se decía “pasalo a computadora”. El pasarlo era que se había “recibido” el texto, que ya estaba corregido. Puede pasar que al escribir directamente en la computadora y que se vea tan parecido a lo que después va a salir en un libro, cueste pensar que eso en realidad es solo un borrador, y que le falta muchísimo. Por eso prefiero primero el papel.
-Sobre la posibilidad de terminar de escribir algo y poder compartirlo en las redes sociales con cientos de personas ¿qué opinás?
-Puede ser un poco peligroso, porque no hay una reflexión, todo es inmediato. Hay algo de querer completar porque la pantalla está en blanco. A veces los espacios no hay que ocuparlos con nada, es mejor pensar si hay algo para decir. Eso no pasa solo con las redes sociales, también sucede con algunos libros publicados que en realidad no deberían haber salido porque no hay corrección suficiente. Hay personas que sacan un libro por año y yo pienso: “Hay que tener cosas para decir de un año al otro”. Esa impulsividad me da bastante vértigo, creo que hay mucha exposición, especialmente de la vida personal. No es nada original lo que digo, pero a mí me da pudor ver cómo algunos hacen terapia por Facebook. Todo se banaliza mucho.
-Hiciste referencia a autores muy prolíferos, ¿vos te considerás más cauta a la hora de publicar?
-Aunque no me gusta tanto la palabra cauta (risas), sí. Cuando llevás publicada una determinada cantidad de libros, la vara tiene que subir o al menos mantenerse en cierto nivel. En mi caso, trato de que siempre sea mejor, aunque después eso depende del lector. Los libros no son una sumatoria de textos que se juntaron entre el último libro y uno nuevo; conviene pensarlos con una noción de totalidad, un eje, un tono. Considero que sé esperar el momento adecuado, y si por varios años no aparece algo en forma de libro, prefiero no sacar nada.
-En Ahora se puede ver eso que decías, de ser racional a la hora de encarar un libro y también la influencia de diferentes estilos. ¿Fue una intención deliberada mostrar esa amplitud?
-Me di la licencia de no hacerlo tan compacto a nivel estilo porque me parecía que reflejaba este momento, donde aparecen distintas voces. Se podría decir que es un libro desparejo en ese sentido, pero es una desprolijidad que me permití. Quería ver cómo este libro se paraba, como si fuera el cuerpo de una persona real, con sus imperfecciones.
-En estos años se dio una suerte de florecimiento de editoriales independientes, ¿cómo ves la escena?
-Me parece que se está publicando y escribiendo mucho, hay una gran variedad de talleres literarios. También hay una explosión de editoriales, de sellos que se juntan para aunar esfuerzos. Mientras más editoriales haya mejor, lo mismo con las revistas literarias. Hay una ebullición generalizada en la literatura. Esto exige un trabajo mayor de pasar el tamiz y ver con qué se queda uno.
-La sobreproducción exige más al lector, ¿no?
-Sí, en eso también las redes sociales ayudan: de alguna forma u otra, lo que uno tiene que leer, le llega. Este año, por poner un ejemplo fuera de la poesía, se habló mucho de Stoner (Fiordo, 2016), lo recomendaban autores que admiro. Lo leí y me pareció maravilloso, lloré, me reconcilió con la narrativa. Las redes son un buen termómetro, en ese sentido.
-Dentro del mundo editorial se suele decir que la “poesía no se vende”, ¿por qué creés que pasa eso?
-Se dice eso porque se compara con la narrativa que “sí se vende”, pero son dichos del mercado. Poesía y mercado muchas veces están reñidos. No tomaría esas expresiones al pie de la letra. En Del Dock, por ejemplo, hay libros de poesía que se venden mucho.
-¿Creés que hay muchos prejuicios alrededor del género?
-Hay varios prejuicios en torno a la poesía: no se entiende, es aburrida, es para un público especializado, tiene rima, habla de amor, etc. Como todo prejuicio, ayuda a defenderte y cerrarte a un fenómeno. De todas formas, la poesía no necesita de un amplio público; si buscás llegar a muchas personas, podés producir un material deglutido para que el otro lo pueda “entender”.
-Al principio de la entrevista había dicho que ibas mucho a lecturas de poesía. ¿Tenés contacto con los movimientos actuales?
-Sí, voy cuando me invitan a leer. Es una actividad agotadora por algunas cuestiones que hay que cambiar: la puntualidad, por ejemplo. Llegás a un lugar y no está ni siquiera quien lo organiza. O incluir en una misma fecha a muchos autores. Si te levantás a las 6 de la mañana, difícilmente puedas prestar atención a tres horas de poesía a la noche. Lo que digo es que conviene cuidar un poco más al invitado, pensar las cosas un poco mejor. Suena un poco de vieja (risas), pero a veces hay cierto descuido.
-¿Y conocés al movimiento del slam?
-Me contaron, nunca fui. Por lo que me contaron, no creo que vaya a ir nunca. Hablo desde el desconocimiento, pero no me entusiasmaría ir.
-Como docente de talleres literarios, ¿qué es lo más común que podés ver en escritores principiantes?
-Lo más habitual es que no haya suficiente vida vivida. Hay chicos con muy buenos estudios y que leyeron todo lo que hay que leer, pero no les pasa nada. Ahí es difícil, porque sería maleducado decir: “Andá a vivir y volvé”. Pueden producir poemas muy bien escritos, pero sin algo que los sostenga. Si yo no lo entiendo y el autor no puede explicarlo, el texto termina en un cajón. Otra cosa que pasa mucho es ver la emocionalidad pura del autor, algo que pianta lectores, genera rechazo. Hay una parte de la escritura que es puro trabajo de pensar. Y quizás no todos quieren hacer ese esfuerzo.
-¿Y qué consejos les das?
-El que todos damos, creo: leer. Lo bueno de los talleres individuales es que se puede profundizar más, obtener asesoramiento en algunas lecturas, bien direccionadas. Después lo mejor es salir a vivir, rodearte de personas que te estimulen, no envidiosas. Tener sed, curiosidad de saber lo que está pasando. Eso me hace crecer mucho cada día, tener buenos interlocutores.
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