Estela Figueroa | El hada que no invitaron
Recordando a Kavafis
Con su bolso de titiritero
él llegaba al anochecer a la casa de ella
le entregaba una flor
cortada de algún jardín
de alguna plaza.
Sin preámbulos caían en la cama
donde se amaban con furor.
Rápidamente.
Ella esperaba otra cosa.
Ya inalcanzable aquello que ella deseaba
solía decir: -quiero estar sola.
Y cuando sentía el ruido de la puerta de calle
pensaba en densos jardines
en una selva bajo la lluvia
en enredaderas que trepaban a los árboles.
Así quedaba dormida en la habitación a oscuras.
Ahora ella -vieja solitaria- piensa en esas flores que él le llevaba
y que al otro día encontraba secas.
Piensa en la casa que habitó
en aquella habitación
en esa cama
en aquellas visitas furtivas
y se pregunta inquieta
si aquel muchacho joven
que le ofrendaba flores
cuando ella también era joven
vivirá.
Principios de febrero
No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.
No.
No me sostengas que no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo -te dije-
quiero permanecer.
Un hombre es bueno para una noche.
Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.
Luego hay que descansar.
El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha.
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos.
¡Cómo agradecen el tazón
que rebosa de leche!
Falta para el otoño.
Que nos encuentre intactas.
Sin habernos negado
a estas pasiones
que cada tanto
asaltan.
Estela Figueroa (Santa Fe, Argentina, 1946), El hada que no invitaron. Obra poética reunida 1985-2016. Bajo La Luna. Buenos Aires. 2016.
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