Santiago Sylvester | El punto más lejano
XXIII
Tarjeta postal escrita en 1974:
Tiene razón Chagall:
los violinistas vuelan por encima de las cúpulas
y tocan las campanas de Moscú.
¿Qué hacer a esta hora? Se acabó el cognac
y está todo cerrado.
Las palomas emigraron de la Plaza Roja,
y ahí están las cúpulas al fondo,
oscuras y algo fuera de cuadro
pero dando la razón a Chagall.
María, Miguel, los mexicanos:
todos discutimos a gritos
pero el problema siempre es otro
aunque ya nadie sabe cuál.
(¿Qué hacemos a esta hora,
sin cognac y saludando violinistas?)
Que es como espiarse a sí mismo por el ojo de la cerradura: no
para sacar conclusiones (quedamos
en que las conclusiones
son maneras de inducir conducta) sino para atar los nudos, juntar
cada tanto los hilos de modo que podamos vernos desde afuera: cuidar
la sintaxis.
¿Qué era yo
en el mercado de Humahuaca (peligro
o versión renovada del hombre de la bolsa)
cuando una colla le dijo a su hija de cuatro años
si te portas mal te robarán los turistas?
¿Qué,
cuando la Anunciación de Fra Angélico
me dio con su milagro en plena cara: milagro
de Fra Angélico
por el que estoy dispuesto a creer en todos los milagros;
que es como decir: si hay
un milagro (y
al parecer no hay otro),
ése es la fe?
¿Qué hacía yo
subiendo a ese tren con la muchacha ciega; hacia dónde iba cuando,
promesa intensamente erótica, sin
poder saber a dónde, pero yendo,
iba con ella de la mano?
¿Qué queda de mí
cuando una mirada de odio me vuela la cabeza? ¿Quién
habla por mi boca cuando no soy yo quien habla,
tapado el pómulo por la crispación?
No hay una única respuesta, a menos
que sea cada cosa
más su ocultación
y corresponda revisarlo todo, o decir lo ya dicho: que el problema
de siempre es entender, no a uno, sino a dos.
Asunto
para otro diálogo, cuando yo no esté:
no sea que, errando nuevamente el tiro, me dé por disentir.
Santiago Sylvester (Salta, 1942), El punto más lejano. Ruinas Circulares. Buenos Aires. 2011.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario