Rafael Felipe Oteriño | Robinson


Foto: Camila Toledo



Rafael Felipe Oteriño | Robinson


Me apena verte, Robinson,
me apena ver tu silla de entretejido cordel,
la templanza de oír correr las horas y no sentir desvelo
por los que están del otro lado del mar;
tampoco urgencia en volver.

Me apena verte ordenar la ración del día:
el grano justo, la incisión justa
en la rama del árbol,
la obediencia de Viernes.

Me apena tu sombrilla,
tu casco de piel cruda, tu bota salvaje,
porque fueron hechos para eternizarte aquí,
donde eres rey solo en reino solo,

donde dices la ley y la haces cumplir,
y hasta el pico del loro repite tu nombre como una coronación.

Me apena tu entereza para durar:
más que fuerza es obstinación,
más que fatalidad, soberbia.

La mañana es bella, es cierto,
las hojas son anchas
como para albergar el recuerdo
y no dejarlo ir;
el mar es transparente, es igual al olvido.

Pero no estás bajo esos árboles ni bajo este cielo
sólo por su color,
ni caminas toda la extensión de la playa
por la sola amistad con las olas.

Cada día no es nuevo para ti, confiésalo.
Porque no es ésta tu prisión: tu prisión eres tú mismo,
tu imposibilidad de partir el pan con otro,
de dar gracias a otro señor.

Me apena ver tu desvelo detrás de una tabla
rescatada del mar, de un espejo partido,
de la ceniza de un cabo de vela.
Porque son señales de un mundo que se deshace,
y eso no es cierto: las manos construirán otro y otro,
con fuerza irresistible y la misma unción.

Me apena tu voluntad: es demasiado ciega
para estar de regreso en una calle de Londres,
oyendo el repiquetear de yunques ajenos
o la caída de la tarde en un reloj
que no sea el tuyo.

Me apena verte en la isla desierta,
porque es tan extraña y sola como extraño y solo
es el mundo entero para ti,
y eso no tiene remedio
en ninguna comarca de la tierra.




Rafael Felipe Oteriño (La Plata, 1945), En la mesa desnuda. Poemas escogidos 1966-2008. Ediciones al Margen. La Plata. 2008.

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