José Ioskyn | Manual de jardinería
"En el zoológico de New York hay una boa gigante en una caja de vidrio muy grande. Se la alimenta con sapos vivos. Cada vez que un sapo entra por una puerta sin retorno trata de escapar, encontrándose con el límite del vidrio en todas las direcciones en las que hace su intento de fuga. Finalmente al comprobar que no tiene salida, se dirige a los saltos hacia la boca abierta de la boa y se introduce allí solo. (...) A veces el terror atrae como la única salida posible.
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Nuestros últimos encuentros habían semejado escenas de violación y defensa, o de violencia mutua. La rabia fluía en mi interior. A ella le pasaba igual. No se sabía cuál de los dos era el que había empezado. La relación había partido de las confesiones iniciales, cálidas y vibrantes, hasta ese momento de lucha a muerte. Había algo que no cerraba. No íbamos a ningún lado, tenía un marido y un bebé, y yo me sentía como el sapo frente a la boa. Estaba seguro de que había un mundo de cosas que me ocultaba y que no podía decirme.
Una tarde de lluvia me recibió con un pantalón y una remera blancos, yo tenía los pies embarrados por el camino que iba hasta su casa. Nos dormimos, abrazados, con el sonido de la lluvia cubriéndonos. Cuando me desperté, miraba una revista en la cama.
—Me di cuenta de que mi marido es el único que puede hacer algo con mi locura.
Me sentí torpe, con la miopía del que no ve que una amante es una mujer que está jodida, a la cual no hay que mover demasiado, como las cajas que dicen “frágil” y “este lado hacia arriba”. Hay que respetarles aún más cosas que a las propias esposas, cuidarlas, hacerlas sentir hermosas, hacerles regalos, acompañarlas en todo aquello que no les fue dado en el matrimonio, y saber hacer silencio, que es el trabajo más difícil de todos aquellos que los dioses les dieron a los hombres."
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Nuestros últimos encuentros habían semejado escenas de violación y defensa, o de violencia mutua. La rabia fluía en mi interior. A ella le pasaba igual. No se sabía cuál de los dos era el que había empezado. La relación había partido de las confesiones iniciales, cálidas y vibrantes, hasta ese momento de lucha a muerte. Había algo que no cerraba. No íbamos a ningún lado, tenía un marido y un bebé, y yo me sentía como el sapo frente a la boa. Estaba seguro de que había un mundo de cosas que me ocultaba y que no podía decirme.
Una tarde de lluvia me recibió con un pantalón y una remera blancos, yo tenía los pies embarrados por el camino que iba hasta su casa. Nos dormimos, abrazados, con el sonido de la lluvia cubriéndonos. Cuando me desperté, miraba una revista en la cama.
—Me di cuenta de que mi marido es el único que puede hacer algo con mi locura.
Me sentí torpe, con la miopía del que no ve que una amante es una mujer que está jodida, a la cual no hay que mover demasiado, como las cajas que dicen “frágil” y “este lado hacia arriba”. Hay que respetarles aún más cosas que a las propias esposas, cuidarlas, hacerlas sentir hermosas, hacerles regalos, acompañarlas en todo aquello que no les fue dado en el matrimonio, y saber hacer silencio, que es el trabajo más difícil de todos aquellos que los dioses les dieron a los hombres."
José Ioskyn (La Plata, 1962), Manual de jardinería. Barnacle. Buenos Aires. 2016.
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