Un momento de lectura paranoica
Por Jorge Santiago Perednik
(Publicado en Museo Salvaje, otoño de 2006, año VIII, nº 20)
Leí en su oportunidad En el revés del cielo, libro de Olga Orozco publicado en 1987, sin que el poema “Esta es tu pena” dejara en mi sensibilidad ninguna huella memorable. Muchos años después, al escuchar el poema leído por Adrián Sánchez, durante un recital, a medida que la lectura avanzaba sentí un continuo sobresalto. Cada vez que el recitador pronunciaba “pena” no podía no escuchar, pese a todos los intentos en contrario, “pene”. Reconocía los sonidos y sabía que el poema decía “pena”, pero al mismo tiempo una suerte de certeza me subrayaba que esa palabra encubría a modo de velo otra con la que los versos encontraban su verdadero sentido. (…) Con “pene” el significado daba un giro dramático: el objeto se desplazaba de la abstracción del ánimo a la carnalidad del cuerpo, ganaba materialidad al tiempo que ganaba eroticidad, pero sobre todo se abría a una figura nueva, una suerte de oxímorom, al poner en escena la posibilidad del pene en una mujer.
¿De quién es el pene? Del yo, en esta versión de reemplazo. Pero podría haber sido del tú, si en vez de “mi pene” se hubiera elegido “tu pene”, o si se considerara que la voz del poema está hablando de sí misma, atribuyendo lo que dice a un tú que es el yo desdoblado.
Aceptando esa palabra se abre la puerta a un objeto ausente que insistía en hacerse presente, provocando lo que yo llamaría un momento de lectura paranoica, de esos que suelen atravesar la mejor crítica. Una lectura paranoica es la que ve en el escrito algo que no es visible. Pero ver lo que no es visible es la definición misma de lectura: confrontar los signos con la vista para leer lo que no aparece ante los ojos, los significados. (…) El problema de estas marcas invisibles es hasta dónde tienen asiento en una realidad exterior o son una construcción delirante de la subjetividad paranoica. Es lo que hay que resolver ante lo que aquí se propone, contestarse varias preguntas, a saber: el poema de Olga Orozco, ¿tiene un texto superpuesto a otro, uno escrito previo sobre el cual se escribió el visible, y que subsiste bajo el otro, sostenido por las palabras que lo rodean y el sentido general con tal fuerza que aunque no se ofrezca a la vista se impone al entendimiento? ¿Puede ese otro poema que reconstruye la lectura ser más verdadero que el publicado? (…) La irrupción poética que atraviesa este cambio si algo de esto hay en el contraste, es el conocimiento de que la poeta que lo escribió es Olga Orozco: que la posesión de este apéndice sexual masculino es sostenida desde una enunciación autoral femenina, y eso conmueve. Finalmente, la pena es un sentimiento abstracto, al que la mera palabra pena no puede dar contenido, mientras el pene es algo concreto, un objeto; no obstante en el poema de Orozco esa pena abstracta es tratada como un objeto, como algo concreto: todo lo que dice apunta a algo que tiene forma, es asible, se puede poner a la altura de los ojos, apretar contra el pecho, mirar, oler. (…)
Pero hay más. La palabra “pena”, aun si no sustituyera a un objeto, aun si fuera lo que dice ser, encubre otra cosa. Decir “tengo una pena” deja en penumbras qué pena es esa: la expresión, al mismo tiempo que dice lo que dice, dice que oculta otra cosa. Escribir “esa es mi pena” en un poema, es señalar con un dedo virtual una pena que el lector no puede ver, es referir algo ausente que el lector no podrá dilucidar con certeza absoluta. “Esta es mi pena”, en definitiva condena al poema entero a erigirse sobre la figura de la elipsis, dar vueltas, estar en órbita alrededor de un objeto o una cuestión que las palabras evitan tocar. (…)
Lo que un lector leyó como la verdad secreta de los versos, aquello que estaba ya en los versos a la manera de lapsus, o intención enmascarada del autor en las palabras, y pone a consideración de otros, es que la pena a la que el poema refiero, aquello por lo que se pena, es por la realidad y al mismo tiempo la imposibilidad, que el mismo poema admite, de que esa pena pueda ser un pene.
Ésa es tu pena
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si las roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre ni al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio,
sepúltala en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.
Ése es mi pene
Ése es mi pene.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.
Colócalo a la altura de tus ojos y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.
Cuando lo soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si los roza cualquier sombra extranjera.
No lo dejes caer ni lo sometas al hambre ni al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.
Porque mi pene es único, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otro igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas lo disuelva la costumbre, no lo gastes con nadie.
Apriétalo contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio,
sepúltalo en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.
larga vida a la poesía...
ResponderBorrarun saludo para Ud.
Urrus.
excelente el oso perednik,gracias griselda por recordar esta joya...abrazotes
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