J.C. Ramírez | Barrial



J.C. Ramírez  | Barrial



Mi hermano Hernán



Hay que reconocerlo
tenía luz propia.
Después de mandarse la peor de las macanas
llegaba a casa con su sonrisa
abierta como las puertas del cielo
su hola de vocales estiradas
y con sus chistes o alguna historieta
nos dejaba embobados y a sus pies.
Siempre tuvo todos los semáforos en verde.
Una vez me robó los ahorros de meses
las monedas que juntaba
para los patines que estaban de moda.
Lo busqué sin olvidarme de ninguna de sus madrigueras
—tuvo suerte de que no lo encontrara.
Así que lo esperé en casa.
Se hizo la hora de comer y no llegaba.
Algunos minutos son más largos que otros.
Mamá se preocupó
después papá
y por último yo.
Al final salieron a buscarlo
y yo recé.
Mamá recorrió todas las casas
y llegó sin noticia.
Juré: si vuelve no lo reto,
no le grito, no le hago nada de nada.
Sólo se escuchaban los grillos.
Y de repente
el golpeteo de la cola del manchitas
cuando Hernán volvió con papá
y bien bien sano.
Se había ido al centro con mi plata
a jugar a los jueguitos.
Nadie le dijo nada.
Todos habían hecho la misma plegaria
las mismas promesas que yo.
Y así zafaba siempre
debiéndole a cada santo una vela
hasta hoy
que lo alumbran todas juntas
y las oraciones son otras
y ninguna de mis promesas
funciona para que vuelva.



El Francisco

De todos los pelotudos
que nos juntábamos en la esquina de casa
el Bobo resultó ser el más importante.
El día que faltó
el grupo se disolvió.
Hasta Rubén
al que todos mirábamos para ver si se reía
cuando insultábamos al Tarta
con algún chiste o golpe en la cabeza
dejó de ir a la esquina después de comer.

El día que el Bobito murió Luis dijo
Bueno, si hay velorio hay sanguchitos.
Y ése fue el último comentario que nos hizo reír.
Cuando su madre y los vecinos estaban enterrándolo
nos metimos en la casa para repartirnos su ropa.
Ahí vimos que el Francisco
—porque ahora es Francisco, y no otra cosa
tenía en la mesita de luz
una foto de él y todos nosotros abrazados
en su cumple de los diez años.
Sentimos
—no creo que haya sido diferente para ninguno
que esos niños en los que casi no nos reconocíamos
nos miraban con miedo, como a extraños.


J.C. Ramírez (Santa Fe), Barrial. Ediciones La Gota. Santa Fe. 2014.

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