Santiago Espel | Isoca
4a
Visto que no dejo nada en la tierra
llevo a un cordero ciego a pastar.
Dócil, expuesto a mi remordimiento,
se deja llevar y se hastía de hierba.
Satisfechas sus necesidades primarias
el animal expulsa un berrido al cielo.
Descorre así el velo de su ceguera.
Yo aplaco al fin el mal de conciencia.
Tomo de su instinto y le doy mi razón.
Redimidos, uno es lazarillo del otro.
4b
Yo, que auxilio a un cordero ciego,
creo en lo que aún va a acontecer;
confío en los ejercicios del ausente:
uno y el mismo cuando no estoy.
Liberada del gusano de la alfalfa,
la hierba es más que tierno bocado,
y el animal, despojo sin lógica,
procura el milagro de su curación.
La tierra que pisamos es videncia:
fecunda y labrada simiente de riego.
4c
Atado al cordón materno de tierra,
un cordero ciego ilumina la pradera.
Rumiante de sombras, hace gárgaras
y escupe su metafísica triturada.
Abre el párpado con descaro y no ve,
no ve campo ni cielo: ve penumbras,
alambres de púa, bosta, vinchucas.
Aprendo su compasión por el hombre.
Un cordero ciego apacigua mi ansia.
Caeremos parados; seremos el mismo.
Santiago Espel (Buenos Aires, 1960), Isoca. La Carta de Oliver. Buenos Aires. 2004.
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