Foto: Gabi Salomone
Ignacio Di Tullio | Famiglia
Responso
Hay un plato de fideos olvidado
enfriándose sobre la mesa.
Siempre decías que era una ofensa
no comer lo que a uno le servían.
Nosotros limpiábamos los platos
en nombre de tu hambre.
Aquella noche estabas del otro lado de una puerta
en una cama de hospital
esperando que se desarrollara el trámite.
Un pulmón fuera del cuerpo te ayudaba a respirar.
Mi madre tomaba tu mano derecha
a mi padre le había ganado el sueño.
Yo envolví tu otra mano
y me gustó pensar que aún ausente
los dedos se te cerrarían apenas.
Recordé cuando de chico me veías venir
corriendo hacia vos.
Decías mi amore: me llamabas como al amor.
Entonces noté que por primera vez en mucho tiempo
respirabas por tu cuenta
la boca abierta
como queriéndote meter
todo el aire de aquella noche.
Cerré los ojos
para buscarte en esa oscuridad
que habitan los que se van.
Me escuchaste.
Abriste un poco más la boca
y empezaste a respirar el alma hacia afuera.
Todavía hoy escucho esa música pareja y regresiva
y vuelvo a recordar que sos mi nonna.
Cuando abrí los ojos, sonreías
en el fondo te daba gracia
esa burda retórica con que van cargados
los adioses.
Mi madre bajó la mirada.
Despertá a tu padre y avisále
pero mi padre está tranquilo en su sillón de acompañante
apenas lo toco se despierta y sonríe
viene de encontrarse con vos
en ese lugar oscuro y último
donde las madres despiden a sus hijos.
Afuera, algo había cambiado
en un hospital alguien había aprendido a respirar,
en tu casa las cosas empezaban a dejar de pertenecerte.
Mi padre elige frutas en el mercado
Mi padre elige frutas en el mercado.
Detiene el coche camino al trabajo
para bajar a tocarlas.
Desoye las recomendaciones del vendedor:
sus manos sabias bien educadas
prescinden de consejos
saben que se someten a una cuestión moral.
Presiona con los dedos la piel de un durazno
verifica la blandura de su carne.
Después pesa una pera en el hueco de su palma.
Con la otra mano envuelve una ciruela
y se adueña del mundo.
También su padre elegía las frutas camino al trabajo.
Entraba con mi padre y sin decir palabra
sostenía una fruta en cada mano
lo educaba en el ejercicio de la duda.
Era una escolástica muda y presencial.
Las frutas maduras siempre son las más dulces:
Ahora es mi padre quien deja caer el proverbio.
No me mira al hablar. Piensa en voz alta
y espera que lo tome
si quiero.
Ignacio Di Tullio (Buenos Aires, 1982), Famiglia. Ediciones Del Dock. Colección La verdad se mueve. Buenos Aires. 2016.
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