Alejandro Méndez
Un cuáquero en la corte de los milagros
La
educación sentimental
fue un
título con abandonos documentados.
La
educación sentimental
fue pura
vocación crónica y automedicación.
La
educación sentimental
requirió
posgrados y maestrías.
Sentimental,
la
ambición por el mar proclamada desde la orilla.
Sentimental,
la
disposición del repertorio de nombres propios.
Sentimental,
la nota
más alta en el karaoke.
Mi
educación sentimental
fue como
el grito de guerra de los esquimales,
en
silencio.
Mi educación
sentimental
fue como el rezo secreto de los ateos.
Mi
educación sentimental
fue como
el ave fénix, pero mis hombros
no
cargaron el cadáver de mi padre.
Educado
con el
metrónomo de las pasiones menores.
Educado
en la
creencia del dios de la simetría.
Educado
para
mirar el Rubicón sin cruzarlo.
Una
educación sentimental
para
poder contarla y despuntar el vicio por los aforismos.
Una
educación sentimental,
ahora
que la lírica está muerta y hay déficit de laúdes.
Una
educación sentimental
revisionista
y autoindulgente para llorar a secas.
Sentimental,
la mano
que escribe ajena al cuerpo que la sostiene.
Sentimental,
aun
leyendo los diarios o sacando la basura.
Sentimental,
en los
0.4 segundos de la sístole y otros tantos de la diástole.
Tuve una
educación sentimental
con
temblores como un cuáquero del siglo XVII.
Tuve una
educación sentimental
jacobina
en las despedidas y garantista en el placer.
Tuve una
educación sentimental
supersticiosa
a la manera de los pigmeos.
Fui
educado
por la
didascalia homoerótica de mis tías.
Fui
educado
en el
dojo de un cinturón negro
para
aprender a caer con elegancia.
Fui
educado
para ser paciente como un filólogo
con su piedra Rosetta.
Sentimental,
por las
mañanas separando las hebras del té.
Sentimental,
el
tarareo del estribillo de esta canción.
Sentimental,
la
diáspora de amantes.
Alejandro Méndez (Buenos Aires, 1965), Pólder. Bajo la luna. Buenos Aires. 2014.
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